Una nueva humanidad
Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo sino para salvarlo (Juan 3: 17).
POR CAUSA DEL PECADO, LA HUMANIDAD quedó dividida en dos: Los que querían servir a Dios
y los que continuarían en su rebelión contra él. Los primeros fueron
los descendientes de Set; los segundos, los descendientes de Caín. Unos
eran los hijos de Dios; los otros, los hijos de los hombres.
Se formaron, entonces, dos familias: la familia de Dios y la familia de su enemigo. Puesto que Adán permitió que el pecado entrara en este mundo, se conoció a los que abrazaron el pecado como la familia de Adán, en contraste con la familia de Dios. El mundo se degeneró tanto que en ocasiones pareció que la familia de Dios
iba a desaparecer del planeta. Uno de estos momentos oscuros se dio
antes del Diluvio, donde solo ocho personas fueron dignas de salvarse
en el arca.
Llegó un momento en el que parecía como si toda la humanidad estuviera
rodeaba de tinieblas morales. Las inteligencias del universo esperaban
que Dios
se levantara y rayare a toda la humanidad para siempre. En lugar de
eso, él envió a su Hijo a rescatarla. El propósito era comenzar de
nuevo. Darle la oportunidad a los seres humanos para alinearse al lado
de Dios. Su Hijo nacería como el segundo Adán, con el fin de resarcir el daño hecho por el pecado del primer Adán. De este modo, Cristo nació en este mundo, y con él la esperanza de una nueva humanidad.
Con la venida de Jesús se formó una nueva división en el género humano.
Las fuerzas del bien entraron una vez más en conflicto con las fuerzas
del mal prevaleciente. El mensaje del evangelio, o sea las buenas
nuevas, iban a ganar adeptos para formar una nueva familia. Esta sería
la de Cristo, en contraste con la de Adán. De este modo, el conflicto entre el bien y el mal arreció y alcanzó alturas insospechadas.
Reflexionemos: «Cristo
vino al mundo para entablar un combate contra el enemigo del hombre, y
así libertar a la humanidad de las garras de Satanás» (A fin de
conocerle, p. 239).
La antigua familia
Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos ha venido avanzando contra viento y marea, y los que se esfuerzan logran aferrarse a él (Mateo 11: 12).
COMO RESULTADO DE LA VENIDA DE CRISTO al mundo, se estableció una nueva humanidad unida por la adhesión a Cristo. Surgió una nueva familia, la suya. La cabeza de esta nueva familia es el Hijo de Dios, mientras que la cabeza de la antigua humanidad sigue siendo Adán. Por lo tanto, el mundo está realmente dividido en dos: La familia de Adán y la familia de Cristo. El primer Adán es la cabeza de la primera familia; el segundo Adán, de la segunda familia. Como la familia del primero estaba totalmente sumida en el mal, Cristo
vino a establecer un puente a través del cual todos los que quisieran
pertenecer a la nueva familia, pudieran tener el privilegio de
cambiarse de familia.
Es así como, por la fe y confianza en el Hijo de Dios,
los seres humanos pueden abandonar su antigua familia y adherirse a la
nueva. Esto es lo que se llama adopción en el Nuevo Testamento. El
apóstol Pablo usa este concepto para enseñar que podemos pertenecer a
la nueva familia de Cristo, con solo abandonar la familia de Adán y decidir pertenecer a la de Jesús.
Pero esto no se hace sin lucha. Hay una guerra despiadada de las fuerzas del mal contra el reino de Dios. No es con poco esfuerzo que se puede abandonar la familia de Adán para pertenecer a la familia de Cristo. Involucra no solo escuchar el evangelio, sino creerlo. Requiere aceptar que Cristo
es nuestra nueva Cabeza y nuestro nuevo Progenitor. Implica entregarnos
a su voluntad y aceptar las nuevas responsabilidades que conlleva
pertenecer ala familia de Cristo. Requiere aceptar el constante reto de confrontación con la antigua familia a la que pertenecíamos.
Pensemos en esto: «El mundo es un campo de batalla sobre el cual los poderes del bien y del mal están en guerra incesante» (Alza tus ojos, p.108).
Que Dios te bendiga,
Diciembre, 09 2010
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